viernes, 22 de agosto de 2014

LA FÁBULA DE LAS POBRES RANAS

 
Un grupo de ranas se trasladaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás se reunieron alrededor del hoyo.
Cuando vieron cuán hondo era comprendieron que  sus compañeras estaban condenadas a morir.
Las dos ranas comenzaron a saltar con todas sus fuerzas dentro del pozo, intentando salir. Las otras trataban de consolarlas, diciéndoles que se resignaran a su suerte, porque sus esfuerzos serían inútiles.
Una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible, cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo.
Ya a salvo, las otras ranas le dijeron:
-Nos da gusto que hayas logrado salir, a pesar de que te decíamos que no había posibilidades de salvarte.
La rana, ante la sorpresa general, les explicó:
-No puedo oírlas, no sé qué me están diciendo porque soy totalmente sorda,  pero les quiero agradecer la forma en que me han estado  animando a esforzarme más y salvar mi vida. Todo se los debo a ustedes, amigas.
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"Aerodinámicamente, el cuerpo de una abeja no está hecho para volar; lo bueno es que la abeja no lo sabe"


Si hacemos oídos sordos a las cosas negativas y comenzamos a animarnos, estaremos intentando algo para que este tiempo que nos toca vivir, sea mucho mejor.

Y no lo digo yo, es sabiduría oriental y milenaria que llega a nosotros a través de bellos relatos, como esta fábula de transmisión oral…


lunes, 4 de agosto de 2014

EL OJO Y LA ESPADA


Cuento tradicional zen



Durante las guerras civiles en el Japón feudal, un ejército invasor podía barrer rápidamente una ciudad y tomar el control.
 
En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes de que llegara el ejército; todos excepto el maestro Zen.

Curioso por este viejo, el general invasor fue hasta el templo para ver por sí mismo qué clase de hombre era. Como no fue tratado con la deferencia y sometimiento a los cuales estaba acostumbrado, el general estalló en cólera.

-¡Estúpido! – le gritó mientras alzaba su espada- ¿No te das cuenta de que estás parado ante un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo?

Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil.

- ¿Y usted se da cuenta – contestó tranquilamente el maestro- que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo?
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Con su naturaleza búdica, en la cual ya no existen el apego ni los enemigos internos que distorsionan la realidad, el maestro Zen enfrenta con calma la situación. Bella analogía cuyos elementos lingüísticos son simples, pero significativos.